Tenemos la obligación de inventar otro mundo porque otro mundo es posible
El arte en contextos de conflicto, y entiéndase esta palabra en todo lo genérico del término, ha sido fundamental para resignificar los hechos. Pero no es el arte solo, es la mediación y la pedagogía que, a través de las herramientas, técnicas y posibilidades creativas que posibilita el arte, da lugar a transformaciones importantes en la vida de los individuos, pero también de los grupos sociales.
Y esto lo han probado distintos artistas que, de la mano de su vocación, también han tenido un compromiso social. Este es el caso de Augusto Boal, dramaturgo brasileño, quien le dio lugar al Teatro del Oprimido, una manera de hacer teatro, pero también una estética que si bien no ha sido muy difundida porque se aleja de lo que la alta cultura considera arte, en opinión de algunos estudiosos como Tomás Motos, sí ha sido muy bien recibida en ciertos espacios en donde se ha utilizado como una manera no solo de comprender problemáticas sociales e interpersonales, sino también de buscarles alternativas.
En el Teatro del Oprimido las diferencias entre actores y espectadores no son rígidas porque, en cualquier momento, en el escenario se pueden alternar los papeles. En esta propuesta, aquel que se denomina receptor no es un ser pasivo que ve y asiste a la presentación, sino que también se convierte en alguien que tiene la posibilidad de actuar y de expresar sus propias vivencias de situaciones de opresión. Así, el sujeto se vuelve creador y tiene la posibilidad de reflexionar sobre su pasado, detenerse sobre aquellos momentos en los que en su vida ha experimentado algún tipo de opresión, no aquella que, necesariamente, se desprende de las estructuras políticas, económicas o culturales sino incluso las que provienen de él mismo, de las presiones internas mentales y físicas a las que se somete por diversas razones o circunstancias.
Y es que uno de los aspectos claves participar del Teatro del Oprimido es, precisamente, esa oportunidad que tiene el individuo de hacer consciente las relaciones de poder en las que está inmerso al representar historias reales que han sucedido entre opresores y oprimidos; y no solo eso, también puede modificar esa realidad, transformar el presente y crear el futuro. Vale la pena mencionar que, para hacer esto, no es necesario tener una formación artística o, específicamente actoral, uno de los principios básicos de esta estética es que parte de la premisa de que:
“Todo ser humano tiene la facultad de verse actuando, de ser espectador de sí mismo, de separarse en actor y espectador para multiplicar la capacidad de entender sus propias acciones”.
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