Las palabras que componen la libertad
Hay dos preguntas que atraviesan la búsqueda de la justicia social una, más existencial tiene que ver con ¿cómo entender la libertad? y la otra, en un contexto más específico, ¿qué es la libertad para aquellos que no pueden usarla? El primer interrogante se puede responder, en parte, como un atributo que se refiere a toda falta de coacción o determinación externa. No obstante, uno de los aspectos más interesantes de la libertad es que esta “no puede ser ilimitada porque si lo fuera, ello llevaría consigo una situación en la que todos podrían interferirse mutuamente” y, más que eso, porque cabría la posibilidad que las libertades de los débiles fueran suprimidas por los fuertes.
En en este contexto, se desprende otro concepto a integrar y es la responsabilidad, pues cuando no se toma consciencia de la libertad, es decir, de la posibilidad de elegir, “quedamos a ciegas y a merced de las circunstancias” y, además, se infringen acuerdos importantes para la convivencia, la vida en común. Por otro lado, y entendiendo las dimensiones o lo que implica la palabra libertad, vale la pena aclarar que cuando esta es traspasada totalmente, el individuo no puede encontrar tampoco una situación apta para el desarrollo de sus facultades y, por tanto, tampoco podría contribuir a la sociedad como un agente que toma decisiones y que puede transformar. Sin embargo, en muchos ámbitos carcelarios esto puede terminar ocurriendo, como lo señala el filósofo austriaco Viktor Frankl (desde la experiencia del campo de prisioneros en la II Guerra Mundial), estos puede volverse entornos en los que no se le reconozca al individuo el valor de la dignidad humana, y así, el yo personal acaba perdiendo sus principios morales.
En otras palabras, a pesar de que la pena para quienes traspasaron algún acuerdo sea la privación de su libertad, hay algo fundamental de lo que no se le puede privar a ningún ser humano independientemente del delito que hayan cometido y es la dignidad. Esta palabra, que deriva del latín dignitas, equivale a merecer; por otro lado, el vocablo griego para dignidad es axios, lo cual significa a su vez valioso, apreciado, precioso, merecedor. Es decir, el concepto de dignidad humana se refiere al valor intrínseco y absoluto del ser humano y es el fundamento, precisamente, de los derechos humanos. Así, incluso si las causas por las cuales alguien está en prisión son justas y se ha determinado el daño que un individuo causó en una sociedad, hay que mantener este aspecto el cual también tiene que ver con el posibilidad de tener los mismos derechos que los demás y que, en aspectos fundamentales, nadie sea tratado de manera diferente.
En ese sentido, la justicia, si se entiende como tratamiento justo, se relaciona con el respeto de la dignidad, ya que cuando se obra sin imparcialidad esta se está poniendo en juego; de igual modo, que cuando se trata a un ser humano solo como medio. Como dice Kant: “todo ser racional, existe como sí en sí mismo, no meramente como medio para el uso a discreción de esta o aquella voluntad, sino que tiene que ser considerado siempre a la vez como fin”.
De ahí que aparezca otra palabra importante y que aplica en todo el contexto carcelario: el respeto, entendido como una actitud que aprecia el valor y la dignidad de los demás. Respetar implica reconocer el valor fundamental de lo existente; darle la oportunidad de que esto se despliegue y nos hable. La palabra respeto proviene del latín respectus y significa atención o consideración. “El individuo que se acerca al mundo sin respeto, bien con una actitud de superioridad insolente, presuntuosa, o bien tratándola de una manera superficial y sin tacto, se convierte en una persona ciega para la comprensión y entendimiento de la profundidad de lo existente”, afirma el filósofo alemán Dietrich von Hildebrand.

Así, poder ser conscientes en el contexto carcelario de la importancia de promover el respeto, implica respaldar una actitud que reconoce y aprecia el valor y la dignidad de los demás y les trata de acuerdo con ese valor; esta consciencia supone no dejar espacio a la ofensa y el menosprecio o a las manifestaciones discriminatorias, lo cual trae consigo el inicio de un camino hacia una sociedad más pacífica y justa.
De la mano de la libertad
Con todo lo anterior, si el objetivo de la pena es la resocialización para que estos individuos regresen y se reintegren en la sociedad, hay que trabajar otros aspectos que son fundamentales para una sociedad deseable y que deberían ir de la mano de esa búsqueda de la libertad. Por eso, para responder la segunda pregunta con la que arrancó este texto, autores como Viktor Frankl dirían que la libertad no deja de existir para aquellos que, como los internos de las cárceles, han visto limitado su accionar al estar tras las rejas. Para este psiquiatra austriaco, las circunstancias de encierro permiten desarrollar la libertad interior, la riqueza espiritual y esto, como afirma, tiene un valor incalculable porque cuando parece que todos los sueños han sido arrancados de un tirón todavía queda "la última de las libertades humanas": la capacidad de "elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias".
Esta libertad, entonces, depende de factores como: la intensificación de la vida interior o vivencia de otros valores, el esfuerzo por conservar la dignidad personal, la conciencia de individualidad, el humor y el desarrollo de la dimensión espiritual. Y para esto, es fundamental que también dentro del sistema penitenciario se pueda trabajar un valor como la autonomía, la cual se define como el “ejercicio práctico de la libertad para pensar, para dudar, para disentir, para entender y comprender, para crear y construir, para actuar, para ser sí mismo”, como lo dice el antropólogo y sociólogo de origen dominicano Héctor Díaz-Polanco.
No obstante, de nuevo, aparece la consciencia del otro, es decir, la autonomía siempre está en relación con los demás, quienes también tienen libertad y son sujetos de derechos. Hay que aclarar que esta no es una condición inherente a todos, como la dignidad, porque es un rasgo que debe ser trabajado, que se alcanza con el paso del tiempo, y que se define por la capacidad del individuo para dictar sus propias normas, y no necesitar de instancias sancionadoras para actuar. Así, esta está relacionada también con la pregunta por cuál es el uso que se hace de la libertad y si esta es coherente con la responsabilidad hacia uno mismo y hacia la sociedad, por lo que conlleva, como lo plantea el PhD en Filosofía, Héctor Mauricio Mazo Álvarez: tener un discernimiento propio, un criterio que debe ser cuestionador y a la vez analítico frente a las situaciones externas, ejercer la capacidad de formar las propias sensaciones de la realidad tener la capacidad de formar los propios juicios frente al contexto.
Ser con otros
Ahora bien, todo este tratamiento de las palabras que deben acompañar el deseo de la libertad, especialmente cuando se está en prisión, han dejado ver que la mayoría implica el no dejar de lado, ni olvidar y mucho menos menospreciar al otro. Todo esto también permite vislumbrar otro valor que debe ser reforzado en la sociedad completa, de la cual no se excluye el contexto carcelario, y esta es la solidaridad que, en pocas palabras, consiste en el despertar de la apatía y eso comienza, como lo dice Eduardo Galeano, por el respeto mutuo y la horizontalidad. Por eso, para entenderla hay que desligarla de la palabra caridad, pues esta última es más un ejercicio vertical que, algunas veces, se usa para manipular una emoción. Sin embargo, la solidaridad se fundamenta en la compasión y la generosidad.

Así, se podría definir más ampliamente esta palabra como “la capacidad para percibir que las diferencias carecen de importancia cuando se las compara con los efectos del dolor y la humillación”, según lo plantea la PhD en Filosofía española, Alicia Villar Ezcurra. De esta manera, podemos volver a un asunto fundamental y es:
La solidaridad implica pronunciarse a favor de la dignidad humana.